La composición de los tejidos blandos de los animales hace que su preservación a lo largo del tiempo sea poco común, a menos que existan condiciones muy especiales que eviten su descomposición, por lo que existen pocos elementos para estudiarlos. Sin embargo, el “extraordinario” estado de conservación del fósil de un lobópodo, de más de 520 millones de años de antigüedad, ha permitido a un equipo internacional de paleontólogos analizar su cerebro, obteniendo resultados que “desafían la explicación de los libros de texto sobre la evolución” de este órgano en los artrópodos, de acuerdo al King’s College London (Reino Unido).
Según detallan los científicos en su investigación, publicada en la revista Science, los lobópodos son un grupo de animales extintos pertenecientes a la rama de los panartrópodos, que habitaron la Tierra durante el periodo Cámbrico, hace entre 500 y 570 millones de años. Estos estaban estrechamente emparentados con los artrópodos, el filo más extenso de especies animales, que incluye insectos, crustáceos, arácnidos, así como los milpiés y los ciempiés.
Para estudiar el pequeño fósil del ejemplar de ‘Cardiodictyon catenulum’, de apenas 1,5 centímetros de largo, los expertos utilizaron una técnica llamada ‘filtrado cromático’ para filtrar la luz en diferentes longitudes de onda de una serie de imágenes digitalizadas de alta resolución. Esto permitió identificar que el animal contaba con un “sistema nervioso segmentado en el tronco y un cerebro compuesto por tres dominios confluentes en una cabeza no segmentada”.
Estas observaciones, apuntan los científicos, desafían la hipótesis que propone que los cerebros de estos antiguos animales estaban compuestos en parte por ganglios procedentes del sistema nervioso ventral.
Asimismo, compararon la morfología de la cabeza y el cerebro del lobópodo con la de otros fósiles conocidos y con la de artrópodos vivos. Tras combinar los resultados del análisis paleomorfológico con los patrones de expresión genética de los artrópodos actuales, los académicos descubrieron un patrón de suelo cerebral que ha persistido desde el período Cámbrico, hace 525 millones de años, hasta el presente.
“Hemos identificado una firma común de todos los cerebros y cómo se formaron. Nos dimos cuenta de que cada dominio del cerebro, y sus características correspondientes, está especificado por la misma combinación de genes, independientemente de la especie que observamos. Esto identifica un plan genético común para hacer un cerebro”, comentó Frank Hirth, coautor de la publicación.
Del mismo modo, los académicos sugieren que los análisis morfológicos y genéticos descritos en su estudio son aplicables a otras criaturas fuera de los artrópodos y sus parientes inmediatos. Esto tiene importantes implicaciones, destacan, a la hora de comparar el sistema nervioso de los artrópodos con el de los vertebrados.