La víspera (lunes), como jefe de las tropas de defensa radiológica, química y biológica del ejército ruso desde 2017, Kirilov asistió a la reunión de la plana mayor del ejército con el presidente Vladimir Putin.
Se trata del militar ruso de mayor rango muerto en la retaguardia durante los casi tres años que lleva la “operación militar especial”, si bien la prensa independiente, basándose en fuentes abiertas, ha puesto nombre y apellidos al menos a 9 generales rusos que perecieron durante este periodo.
Extraoficialmente se habla de unos 20 generales del ejército ruso muertos en esta guerra, una cifra muy superior a los tres generales soviéticos que perdieron la vida durante los diez años que duró la invasión de Afganistán, dos de ellos por enfermedad y el último, en un accidente de tráfico.
Además, en menos de una semana, víctima de pistoleros presumiblemente ucranios cayó abatido junto a su casa, en las afueras de Moscú, Mijail Shatsky, famoso diseñador de misiles de crucero rusos.
De 54 años, el fallecido este martes, dicen los conocedores de la jerarquía castrense, formaba parte del segundo nivel de importancia en el ministerio de Defensa, inmediatamente por debajo sólo del primer círculo de máxima confianza del titular de la cartera, Andrei Belousov, los viceministros.
Kirilov adquirió notoriedad mediática al convertirse en la voz de Rusia que, con relativa frecuencia, aparecía en conferencias de prensa especiales para acusar a Estados Unidos de instalar en Ucrania laboratorios sin otra finalidad que diseñar armas químicas y biológicas, aunque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sigue esperando la presentación de las pruebas de esas graves acusaciones.
Kirilov expuso en su momento que Estados Unidos estaba ensayando en sus laboratorios en Ucrania crear mosquitos, murciélagos y aves migratorias para ser lanzados en drones especiales con la misión de expandir epidemias como la fiebre amarilla, el dengue y la zika.
Esas “armas biológicas”, además, tendrían que distinguir por su olor corporal a los grupos étnicos y atacar sólo a los eslavos (se supone que rusos, aunque también los ucranios lo son). Esa resolución de condena, que Rusia llegó a someter a consideración del Consejo de Seguridad de la ONU, contó con su voto y el de China.
Para el Kremlin, Kirilov era un héroe de Rusia y, no en vano, con orgullo lucía la honrosa condecoración en todos sus retratos oficiales; para Ucrania, el general era un “objetivo absolutamente legítimo” en calidad de “criminal de guerra” y así se le juzgó la víspera en una corte de Kiev, que concluyó que las tropas que comandaba suelen utilizar “armas químicas prohibidas”.
Analistas independientes creen que Rusia recurre a “granadas con gases irritantes” en los combates, que no son letales y, por tanto, en sentido estricto no está proscritas en los convenios internacionales.
La portavoz de la cancillería rusa, Maria Zajarova, destacó en sus redes sociales que Kirilov “durante muchos años y de manera sistemática, trabajó sin miedo y expuso, con los hechos en la mano, los crímenes de los anglosajones”, antes de atribuir a Estados Unidos “ataques con armas químicas en Siria” o la “provocación de que Rusia intentó asesinar con la sustancia Novichok en Gran Bretaña al ex espía Serguei Skripal y su hija”.
El vicepresidente del Senado ruso, Konstantin Kosachov, calificó la muerte de Kirilov de “pérdida irreparable” y recordó que “trabajamos estrechamente en la comisión parlamentaria que investiga la actividad de los laboratorios biológicos de Estados Unidos en Ucrania”.
Fuentes cercanas a sectores críticos del Estado Mayor del ejército ruso, como el canal Rybar en la red Telegram, advierten: “El asesinato del jefe de las tropas de defensa radiológica, química y biológica en Moscú demuestra, una vez más, que al margen de los éxitos que tengamos en los campos de batalla, de la euforia que reine y de lo que podamos contar sobre quién tiene la iniciativa (en la guerra), la otra parte (Ucrania) siempre tendrá la posibilidad de asestar golpes muy dolorosos”.